miércoles, 9 de mayo de 2012




DE  TOLIMANEJO A VILLA DE COLÓN

HACIENDAS COLONENSES

En Tolimanejo, los conquistadores españoles, alrededor del 1550, solicitan espacios para la cría de ganado y agricultura, quedando establecidas las porciones de tierra que más tarde sería el inicio de las haciendas el Zamorano, Ajuchitlán y Nuestra Señora de la Buena Esperanza. En el caso de Ajuchitlán, en 1547, el Virrey Antonio de Mendoza otorgó un sitio para ganado mayor al oidor Gómez de Santillán y a finales del siglo XVII ya existía la Hacienda de Nuestra Señora de la Buena Esperanza, siendo su propietaria la señora Juana Tello de Aguirre.


En cuanto al origen de la Hacienda de El Zamorano, se sabe que en 1687, la poseía el Capitán Juan Martínez de Lejarza, quien destinaba los terrenos al pastoreo de caprinos, bovinos y equinos, además de ser propietario de la hacienda de El Potrero en la misma época[1]. En 1707, se menciona a Pedro Dávalos como heredero de 7 haciendas ``samorano (Zamorano), tongo, raias, atongo, jaral, alfarica, carbonera, lirrus, palomera y aguaporinga`` de labor de maíz y trigo, con sitios de ganado mayor y menor[2]. En 1715, el Conde de Miravalle, Don Pedro Alonso Dávalos Bracamonte, vecino de la ciudad de México fue el dueño de las haciendas de Zamorano y Atongo.[3]


En 1749, se menciona en la carátula del expediente sobre la adjudicación y venta real de la hacienda de Nuestra Señora de la Concepción de Zamorano como propietaria a Doña Josepha de Arosqueta viuda de Francisco de Fagoaga y de Manuel de Aldaco su hijo.[4]

Cabe mencionar que en el estado de Querétaro se encuentran las haciendas más antiguas que se establecieron en el país, debido a la ubicación geográfica de la Ruta de la Plata. Misma situación del actual Municipio de Colón, donde existen  dieciséis  ex Haciendas: El Zamorano, La Salitrera, El Potrero, Viborillas, Galeras, El Blanco, La Esperanza, La Peñuela, San Vicente, San Ildelfonso, Santa Rosa de Lima, San Martín, el Gallo, Ajuchitlán, El Rosario y Colón y dos molinos de trigo, uno en la cabecera y otro cerca de El Saucillo.

En las siguientes líneas me referiré a tres ex Haciendas: Ajuchitlán, Nuestra Señora de la Buena Esperanza y El Lobo. De la Hacienda de Ajuchitlán, originalmente dedicada a la explotación minera y posteriormente reconocida, a nivel nacional, por su producción de trigo. Además de abarcar otras haciendas como el Rosario, El Gallo, Santa Rosa, San Martín, Salitrera, El Potrero, Panales, Gudinos (estas últimas pertenecen a Tolimán). Además de los personajes que fueron propietarios como el Capitán Pedro de Solchaga y el Conde de Regla Don Pedro Romero de Terreros.
La Hacienda de Nuestra Señora la Buena Esperanza (nombre original) por la importancia histórica que representa; visitada en el año de 1803 por el Barón Alejandro de Humboldt y donde, su insigne benefactora, Doña Josefa Vergara  dicto su testamento en el año de 1808. Dicha hacienda incluía las de El Blanco, La Peñuela, Galeras, Urecho, Viborillas y San Vicente, es decir un tercio del actual territorio municipal.

Y por último, la Hacienda de el Lobo, porque la mayoría de las comunidades de la parte alta y media se formaron a partir de las actividades propias de la Hacienda, como el cuidado del ganado, el trabajo como medieros en las tierras de cultivo del valle del Lobo o el cuidado del canal de más de cincuenta kilómetros que los abastecía de agua. La formación del actual territorio  colonense  está ligado al reparto de tierras de las grandes haciendas: El Lobo (actualmente en el Municipio de El Marqués), Ajuchitlán y La Esperanza.
El tema se centra en responder a las interrogantes por el origen, formación, actividad económica,  propietarios; haciendo un recorrido histórico y dando un panorama general de dichas haciendas. Hago énfasis en la riqueza del tema y la oportunidad al seguir escudriñando el pasado y ser precursor del contacto de las nuevas generaciones con los orígenes e identidad de sus comunidades. El estudio no se agota, al contrario, constituye el punto de arranque para el acercamiento a las costumbres, tradiciones, organización, distribución material, temas relacionados con la Hacienda.

HACIENDA DE AJUCHITLÁN

En Náhuatl es Xochitlán posterior a  la conquista se llamó Juchitlán, y con el paso del tiempo se le antepuso la A  y significa  “Lugar donde abundan las flores” o “Campo de Flores”.

Fue propiedad del Capitán Pedro de Solchaga, en 1687, siendo un latifundio formado por otras haciendas como el Rosario, el Gallo, Santa Rosa, San Martín, Panales, Gudinos, Salitrera y el Potrero. Y otros pequeños ranchos como San Martín, los Benitos, el Carrizal.

En el año de 1750, llega a este lugar  Don Pedro Romero de Terreros “Conde de Regla”, de origen español, quien adquiere la propiedad, siendo una hacienda de beneficio de explotación minera de oro y plata, llamadas minas de Juchitlán  y que ahora son conocidas como las minas de San Martín, el mineral extraído en bruto se procesaba en la hacienda, el oro y plata, se enviaban a la Ciudad de Monterrey. En 1777, se accede a la petición del Conde de Regla, sobre la adjudicación de un terreno para la mina de Ajuchitlán.

El conde de Regla vende la Hacienda a Pedro Echeverría que continúa con la explotación de las minas, durante este tiempo, entran en pugna liberales y conservadores, abundando los asaltos y el bandidaje y como consecuencia la baja en la producción. Ante tal situación, Pedro Echeverría vende la Hacienda a Don Pedro Gorozpe, el cual deja la actividad minera para dedicarse a la agricultura y ganadería. Fue en esta época cuando se le antepuso la “A”, pues antes era Juchitlán. Don Pedro manda la construcción de varios pozos que eran utilizados para regar las tierras de  cultivo, logrando que la hacienda prospere y que fuera reconocida por su volumen de producción de trigo.

A su muerte, en el año 1918, se repartió de la manera siguiente: Ajuchitlán, Salitrera y el Potrero para su hija Luz; el Rosario para la Sra. Guadalupe, casada con el Sr. Luis de la Sota; la Sra. Dolores solo heredo una pequeña fracción llamada el Tecolote, pues el Sr. Gorozpe nunca acepto como yerno al Sr. Amado Guadarrama, pero su cuñada la Señorita Luz le dio todo el poder sobre su herencia, es decir, Ajuchitlán, Salitrera, el Potrero, el Gallo y Santa Rosa lo heredo Don Pedro, San Martín y Gudinos Don Ignacio. El escudo era de esta forma:

Y se utilizaba en marcar el ganado bovino, equino y asnar.

El Sr. Guadarrama, al morir el Sr. Luis de La Sota Gorozpe, hijo del matrimonio del Sr. Luis de La Sota y la Sra. Guadalupe Gorozpe, queda de albacea de la Hacienda de El Rosario (desde luego tanto Ajuchitlán y el Rosario ya eran pequeñas propiedades)

El Sr. Guadarrama vende primero al Sr. Juan de Alba, quien estuvo unos meses como dueño; después de algún arreglo entre el Sr. De Alva y el Sr. Guadarrama, pasa la propiedad a manos  del Sr. Coronel José García Valseca. En 1949, el coronel Valseca le compra la Hacienda en 1 millón de pesos plata, para dar cumplimiento a la orden de gobierno, es entregada la dotación por resolución presidencial al Ejido Ajuchitlán. En 1937 se  filma  la película “Adiós Nicanor”.

Don Arnulfo Cabrera Vásquez describe sus vivencias de esta hacienda: Nací el 7 de Diciembre de 1921, a la edad de cuatro años, el primero de mayo de 1926 llegué a la Hacienda de Ajuchitlán, mi papá, D. Arnulfo Cabrera Molina, recibe en este año la administración general de la Hacienda con sus demás componentes como Salitrera y el Potrero; a la edad de 12 años regresé a vivir a Colón, estudié en la capital, años más tarde, en 1941, el Sr. Guadarrama le propuso a mi padre regresar a administrar la hacienda que en ese tiempo era una pequeña propiedad; para esas fechas tenía 20 años y poseía un camión de estacas, con el que fletaba lo que producía Ajuchitlán. En 1966, siendo Ajuchitlán propiedad de de Secretaria de Agricultura y ganadería, regrese como encargado de la finca, ésta se componía de la construcción que el Coronel José  García Valseca había remodelado, aprovechado lo que eran las caballerizas, pues el árbol, que actualmente está en el jardín pertenecía a los corrales, donde está el comedor con cristal con vista a la huerta, el ante comedor y la cocina era una troje de dos naves y todo el norte donde se encuentran unas recamaritas, eran las caballerizas. Lo que en la actualidad son las recamaras principales, la componían la capilla, la sacristía y pequeñas bodegas. Donde está la puerta principal, que existen unos poyos, era todo techado y para la parte norte, la entrada a la capilla y en la parte sur había un campanario con tres campanas de regular tamaño, el piso es el mismo (nada más aquí, pues lo conocí desde mi niñez)

La reja que cubre la entrada la trajo el Coronel del D.F. pues la anterior, de la que guardo una fotografía del año 1931, (FOTO HDA. AJUCHITLÁN) era distinta. Ajuchitlán era una hacienda muy productiva, pues era autosuficiente en todo. Por ejemplo: el número de ganado era muy numeroso, tanto en equinos, bovinos, caprinos, ovinos y asnal. Los equinos, cada año, a principios de enero, los concentraban en grandes corrales que existían al oriente de la finca; con el objeto de marcar (o herrar) a las crías. A la demás  caballada de un año y medio sólo se le cortaba el crin y parte de la cola, a esto le nombraban tarja; a los sementales sólo se les revisaba que no estuvieran enfermos o con alguna herida infectada por las peleas entre los mismos caballos. Todas estas faenas se desarrollaban durante dos semanas y para esto se invitaban a algunas personas de Colón que les gustaba lazar.

Esto, como otras actividades, era para todos como fiesta… herrar: era con un hierro al rojo vivo plantado en el animal. De la misma forma se hacía con los bovinos; un poco después de haber terminado con los equinos, los animales eran traídos en pequeños grupos por los vaqueros y el caporal. Los vaqueros eran personas muy  de a caballo. El caporal era el jefe supremo, su nombre era el de Don Tomás Ordaz, su segundo Don Cresencio Flores; vaqueros; Los hijos de Don Tomás: Manuel, Victoriano y Antonio, los hijos de Don Chencho: José, Fidencio y Ricardo, Manuel Nieves y Narciso Hernández. Los caporales como los vaqueros, tenían asignados “por lo regular” tres caballos por persona, pues aunque se turnaban, trabajaban los trescientos sesenta y cinco días del año, de seis de la mañana a seis de la tarde.

Los miércoles de cada semana, a determinada hora, se escuchaba el tañir de una de las campanas (había en la Hacienda un campanario de regular tamaño) para que acudierán a lo que se nombraba ración: una cantidad de maíz y otra de frijol y si querían olotes para cocinar los podían llevar, éste era el trabajo de la esposa o de algún familiar del mediero, los que tenían aún algo de la cosecha no acudían, pues esto era como un prestamo que pagaban al levantar la cosecha.

Los primeros días de febrero, todos los medieros, acudían a recibir su yunta fuera de bueyes o mulas, se las entregaba lo que le llamaban “apero”, que consistía en un yugo, un arado con reja, timón, barzón y dos coyundas; para las yuntas de mulas: un arado, dos collares y unas cadenas. Esto era un verdadero espectáculo, ver como cada mediero reconocía la yunta con la que había trabajado, cabe recalcar que desde ese momento el mediero era responsable de los animales… había unos como corrales donde tenían el rastrojo que sería el alimento para sus yuntas.

En las tardes, después de sus labores, hombres y mujeres (más mujeres) acarreando el agua, era un ir y venir dando un espectáculo maravilloso. Era también bonito ver los montones de maíz, los cuatro medieros, que eran vecinos en sus tierras, se juntaban para vigilar el fruto de su trabajo, para esos días ya habían entregado a la Hacienda sus yuntas. Me gustaba ir a la partición, se recogían las mazorcas de mayor tamaño para llevar la contabilidad, la medida era un armazón de acero cubierto con piel de bovino. Cada vez que los que tenían a su cargo dicha medida, gritaban al vaciarla al piso ¡TORO!  Y el que llevaba la contabilidad, respondía ¡MAZORCA! Lo que les correspondía a los medieros se lo llevaban en unos carros de mulas hasta sus casas.

El último día que se hacían  las reparticiones le nombraban conbate, adornaban los carros y a esos medieros les tocaba la comodidad, mole, barbacoa y desde luego, sin faltar, el pulque. Los sábados, era el día en que se rayaba (por la tarde)  en efectivo a todos trabajadores. La Hacienda, siempre protegió a su gente para que no les faltara para comer y vestir. En Ajuchitlán, el Rosario y todas las demás, no había Tienda de Raya; pues desde principios del siglo veinte siempre fueron las tiendas de particulares, desde luego pagaban renta por el local donde tenían sus negocios, recuerdo algunos de los dueños de los comercios: En la tienda anexo a la finca el Sr. J. Jesús Olvera, Don Primitivo Obregón, Don Francisco Cabrera, la Sra. Camila Briones, Don Sixto Bermúdez, Tomás Cabrera, J. Jesús Galván. En la Hacienda del Rosario Agripina Montes y otros… como un español Don Fidel Pérez.[5]

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HACIENDA DE LA ESPERANZA FOTO HDA. LA ESPERANZA

Originalmente llamada Hacienda de Nuestra Señora de la Buena Esperanza, en tiempos previos a la Independencia de México. La fecha de su fundación no está delimitada, debido a que los escritos y documentos legales que los confirman fueron destruidos en la época de la Revolución Mexicana.

En 1695, fue propiedad de Doña Luisa Catarina de Aguirre y Tello.[6] En 1739, la hacienda fue propiedad de Don José Martínez de Lejarza, como se cita en la sentencia del concurso de acreedores de la hacienda.

Según la tradición oral, el origen de la comunidad de La Esperanza data desde tiempos anteriores a la Independencia de México; el asentamiento de un grupo de personas denominado “Cuadrilla de la Virgen de la Esperanza” localizado a los alrededores de la mina de “El Iris” al noreste de la actual comunidad; dio pauta para el inicio de la construcción de una Casa Hogar para gente de escasos recursos y menesterosos, que se realizó bajo la protección de la Sra. Doña Josefa Vergara.

Esta hacienda fue visitada por el Barón Alejandro de Humboldt el día 4 de agosto de 1803, según lo menciona en el ensayo político sobre el reino de la Nueva España y al referirse a la importancia económica que para el desarrollo de estado representaba esta hacienda y a la elevada productividad de sus tierras dice lo siguiente: “La fecundidad del tlaolli, o maíz mexicano, es mayor de cuanto se puede imaginar en Europa. Favorecida la planta por la fuerza del calor y la mucha humedad, se levanta hasta dos o tres metros de altura. En los hermosos llanos que se extienden desde San Juan del Río hasta Querétaro, por ejemplo, en las tierras de la gran hacienda de la Esperanza, una fanega de maíz produce a veces ochocientas; algunas tierras fértiles dan unos años con otros tres a cuatrocientas. En las inmediaciones de Valladolid se reputa por mala una cosecha que no produce más de 130 o 150 por uno. En los parajes en que el suelo es más estéril, todavía se cuentan sesenta u ochenta granos. En general se cree que el producto del maíz, en la región equinoccial del reino de Nueva España, se puede valuar en ciento cincuenta por uno”.


En el despacho de la hacienda de la Esperanza un 22 de diciembre de 1808 Doña Josefa Vergara dictó su testamento al escribano público Lic. Don Juan Fernando Domínguez, Doña Josefa había nacido en Querétaro el 7 de agosto de 1747, fue casada con Don José Luís Frías y quedo viuda en 1798. Durante su matrimonio con Don José Luís Frías, lograron formar un capital considerable, mismo que al quedar viuda duplico llegando a superar el millón de pesos de aquel entonces, la hacienda de la buena Esperanza incluía a las haciendas del Blanco, Galeras, Urecho, Viborillas, San Vicente, San Ildelfonso y La Peñuela.


Contaba con una capilla atendida por clérigos que venían desde Querétaro o Tolimán, escuela de “primeras letras” y vías de comunicación excelentes para la época dado que siempre fue paso obligado y estación de refresco para los arrieros que comerciaban entre

Querétaro y Tampico a través de la Huasteca.  Doña Josefa Vergara murió el 2 de julio de 1809, por su voluntad de la hacienda y sus propiedades aledañas pasaron a ser obras de beneficencia.


Durante la etapa de insurgencia la hacienda de Esperanza fue administrada por el cabildo del H. Ayuntamiento de Querétaro. En esta época fue restaurado el casco de la hacienda, se rehabilito una capilla y se hizo pública, se proveyó de maestros y maestras y se habilitaron salones para escuelas en Esperanza, el Blanco, los profesores recibían cuatro pesos de sueldo y una cuartilla de maíz en contraste, el cajero de la hacienda ganaba 300 pesos, la escuela fue dotada adecuadamente de mobiliario, cartillas y catecismos que distribuyo el padre capellán obligando a los niños a que fueran a la escuela.


Dada la escasez de maíz en la alhóndiga de Querétaro durante la rebelión insurgente las cosechas de fríjol y maíz de la Esperanza así como el trigo se dedicaron íntegramente al mantenimiento de la ciudad. En 1814 se expandió en el país una epidemia de viruelas naturales habiendo provocando el fallecimiento de 137 personas en edad de laborar con lo cual la hacienda prácticamente quedo sin población económicamente activa, esta cifra nos puede dar una idea del número de habitantes que poblaban la hacienda en esa época.


Ante la inminencia de un ataque de los insurgentes que se habían aproximado hasta el cerro del mono distante unos veinte km. De la hacienda se enviaron doce fusiles a la hacienda para proveer algún saqueo u otro desorden lo cual resulto insuficiente para defender adecuadamente la hacienda, sin embargo las tropas realistas lograron repeler a los insurgentes, lo cual garantiza el que las cosechas de la hacienda continuaran abasteciendo a la alhóndiga de Querétaro.


A fines del siglo XIX y principios del siglo XX  las señoritas Ma. Y Ma. De Jesús del Llano compraron la hacienda, la actual iglesia de corte esbelto y atractiva arquitectura se construyo a expensas de dichas propietarias, y bajo la dirección del Ing. Lorenzo Corona, notable constructor y arquitecto queretano se termino la construcción el 16 de enero de 1907, posteriormente la hacienda fue adquirida por el Lic. Don Manuel Septién a cuyas expensas fue decorado dicho templo por el maestro Teodoro Sevilla quien concluyo la obra el 31 de enero de 1921.


En la tradición opalina de Querétaro, también es importante protagonista de la cultura minera del estado la Hacienda de la Esperanza, en este lugar está la primera mina de ópalos denunciada en Querétaro en 1870.

LA HACIENDA DE EL LOBO FOTO HDA. EL LOBO

Para referirme a esta hacienda hay que hablar de un personaje: Don Amado de la Mota, indio otomí de Tolimanejo[7] (hoy Colón),  comerciante de aguardiente;  murió en Colón en el año de 1905. Amigo del General Tomás Mejía, con quien se dice, formaron una sociedad de capitales y haciendas.


El matrimonio formado por Don Amado de la Mota y Doña Dominga Ugalde tuvo tres hijas: Hermelinda, María y Josefa. Además de un hijo ilegítimo llamado Juan de Dios de la Mota (murió en 1892 en Colón). Al fallecer Don Amado en 1905 los bienes fueron adjudicados de la siguiente manera: Hacienda de el Lobo, Doña Josefa de la Mota de Rosano; la de Alfafayuca a Doña María de la Mota de Fernández de Jáuregui;  la de El Zamorano a Hermelinda de la Mota de Nieto; de Amazcala y su anexa Santa María Begoña, Doña Dominga Ugalde Vda. De la Mota y/o Hermelinda de la Mota de Nieto y la de el Rodeo a Hermelinda de la Mota de Nieto.[8]


A Don Amado se atribuyen muchas de las construcciones importantes  de esta población, como la Alberca de Agua Fría, las acequias o caños que conducían el agua hacía los huertos aledaños al Río Colón, la Pila del Jardín principal[9]. Además, fue benefactor durante las festividades y celebraciones de la población. A principios del siglo XX, la familia Mota era dueña de sesenta casas.[10] Entre ellas la Casa Mota ubicada en Francisco I. Madero No. 71 en la ciudad de Querétaro, y conocida, en el siglo XIX, como Mesón de la Luz.  O la casona situada al lado norte de la Plaza de la Independencia (hoy Jardín Plaza Héroes de la Revolución) en donde actualmente se ubica la Presidencia Municipal, y donde se observan las letras A M labradas en los dinteles de los balcones del edificio y conocida también como Casa Mota.


El 16 de enero 1860, José Luis Sánchez de Tagle y Don Amado de la Mota celebran un contrato de arrendamiento, quedando como dueño temporal de las fincas de El Lobo y El Zamorano[11]. El acuerdo establecía un pago de trece mil pesos anuales, modificándose posteriormente con un pago anual de siete mil pesos, por nueve años. Hacia el año de 1870, los Sánchez de Tagle seguían conservando sus propiedades, pero después de estas fechas, la familia Mota llegó a ser propietaria de las haciendas de El Lobo, El Zamorano y El Salitre, apareciendo como sus dueños en la Memoria Estadística de 1879, luego compraron Amazcala, Alfafayuca y hasta finales del siglo XIX y principios del XX tuvieron Atongo y San Rafael, agregando la de Chichimiquillas, San juanico, Santa María del Retablo y Santa María Magdalena. [12]



Para las últimas décadas del siglo XIX, Don Amado de la Mota, había distribuido las tierras en mediería entre los habitantes de  los poblados integrados a las haciendas, algunos nombres de los poblados son explícitos en cuanto a las funciones que cumplían con la Hacienda como Puerta de Enmedio, Puerta del Mezote, que eran literalmente las puertas de los potreros o corrales que se encontraban entre los cerros, o el Puerto de Tepozán, que era un sitio de descanso, herraje y ordeña; o la Carbonera, zona de agostadero y lugar de reunión del carbón bajado del Pinal de Zamorano.




Los nombres de algunas estancias o poblados indicaban, la abundancia de sus cultivos, animales u obras de infraestructura como: los Trigos, las Calabazas (hoy Ejido Patria) El Coyote, Tanquecitos, El Saucillo, El Puerto de San Antonio, la Pila y Presa de Rayas.[13] Que además de trabajar en mediería las parcelas asignadas, se encargaban de vigilar el buen estado del canal de cincuenta kilómetros que provenía de los manantiales de “El Fuenteño” y “Los trigos”, localizados a las faldas del Pinal del Carmen o Cerro del Zamorano. O, el caso de El Álamo, que originalmente se encontraba en el fondo de una cañada y que se formó con la cuadrilla encargada de cuidar el ganado caprino y lanar.



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Hacienda El Blanco

Propiedad de María Dolores Morales.

Dolores Pérez Bolde



Hacienda San Vicente

Perteneció a la familia Niembro por tres generaciones. Los hermanos Alfonso, Jaime, Victor y Don Jorge, quienes vendieron las fracciones que poseían en la década de los sesenta.



Hacienda Viborillas

Fue propiedad de Dominga Cabrera, quien pertenecía a una de las familias más prominentes de la sierra gorda durante el porfiriato (1875-1910) viuda del General Rafael Olvera, gobernador de Querétaro de 1880 a 1884.



Perteneció a Don Alfonso Verriolópez, más tarde adquirida por Ramón Villanueva, originario de Celaya. A Villlanueva le toco subvencionar el paso de los ejércitos carrancistas y villistas en su camino a la hacienda Galeras, propiedad de la familia Cosío. En los años treinta fue propiedad de Félix Avendaño, que a su muerte fue heredada por su hijo Manuel. En 1935 se reparte la hacienda



Hacienda el Potrero

En 1960 el administrador era José Hernández Guevara



Se localiza a 15.5 Km. de la Cabecera Municipal de Colón,  tomando  la carretera estatal Colón-Toliman, desviándose en el Km. 23, para encontrase en el trayecto  la Ex Hacienda La Salitrera, la Presa de La Soledad y la Hacienda  El Potrero.

La comunidad se localiza sobre una superficie irregular en la que predomina en forma importante las colinas, presentando algunos tramos de meseta; a través de la cual atraviesa un río proveniente del Pinal del Zamorano y  entre los abrigos rocosos, del lado poniente, se puede acceder a las pinturas rupestres,  en un tiempo de recorrido de media hora.

En esta frontera de la Sierra Gorda, en el año de 1698, Fray Juan Gutiérrez (Misionero Dominico) es asignado a realizar la Misión interina de San Juan Bautista de El Potrero, a tres leguas de la Misión de Santo Domingo de Soriano, donde se encontraban reducidas 86 familias de Chichimecas Jonaces. Los Dominicos explican que la misión se erigió en ese sitio estéril y rodeado de cerros en respuesta a la petición del protector de indios y rico hacendado Juan Martínez Lejarza, por tener allí su hacienda y un potrero de caballada y con el fin de adoctrinar a sus múltiples trabajadores chichimecas. [14]

Cuando la comunidad pertenecía al grupo de haciendas, que tenían por sede principal la Hacienda de  Ajuchitlán, se le conocía con el nombre de El Gran Rancho. [15] En el año 1862,  se le dio el nombre definitivo de El Potrero, en honor a las principales actividades desarrolladas en el lugar: la agricultura y la ganadería.




Propietarios de las Haciendas 1921:

Haciendas
Propietarios
Ajuchitlán
Amado Guadarrama y M. Guadalupe Gorozpe
El rosario
Luis Sota Larruz y M. Dolores Gorozpe
Santa Rosa
Manuel Gorozpe
San Martín
Ignacio Gorozpe
El Gallo
Pedro Gorozpe
Esperanza
José Septien
El Blanco
M. Guadalupe P. Bolde de Loyola
Galeras
Carlos G. de Cosío
Viborillas
Gregorio Olvera
San Vicente
Llano y Llano
San Idelfonso
José J. Rivas
Santa María
Pedro Septién
Urecho
C. Magdaleno Sues. María Magdalena (rancho)
Zamorano
Mota Sues. M. de la Mota





Estas haciendas producen maíz, frijol y granos de temporal, trigo, productos de riego en la hacienda de viborillas y como ganaderas Zamorano y fracciones de Ajuchitlán, las otras tienen pocos animales apenas los indispensables para el trabajo.



[1] José Luis de la Vega, “El valle de Alfafayucan en el tiempo”, en Superación Académica,  No. 20, Sindicato Único del Personal  Académico de la Universidad Autónoma de Querétaro, 1999
[2] AGN/Instituciones Coloniales/Regio Patronato Indiano/ censos (022)/contenedor 3/Vol. 7
[3] AGN/ Instituciones Coloniales/ real audiencia/ tier55ras (110)/ contenedor 1149/ volumen 2765
4 AGN/Instituciones Coloniales/indiferente Virreinal/ Cajas 6000-6743/ Caja 6488


[5]  Apuntes de Don Arnulfo Cabrera Molina, durante la entrevista en su domicilio, con fecha 12 de Junio del 2008, Colón, Qro.
[6] AGN/ Instituciones Coloniales/Real Audiencia/Tierras (110)/contenedor 1109/Vol. 2688

[7] Simón Miller. Formación de clase y transición agraria en México: de la Hacienda al rancho en el Bajío, 1840-1985.

[8] La Sombra de Arteaga, 1927 - 1940
[9] Francisco Javier Meyer Cosío. Querétaro árido en 1881: una visita gubernamental a Tolimán, Colón y Peñamiller, Universidad Autónoma de Querétaro, 2001

[10] Guillermo Hernández Requenes cuenta de Amado Mota en su artículo La Casa de Mota, en la revista Querétaro de septiembre de 1993.
[11] Martha Otilia Olvera Estrada. Los Tiempos del Patrón… Danza de mil Soles. Los últimos trabajadores de la Hacienda en Querétaro. Talleres Gráficos del Gobierno del Estado, 1997.

[12] Luis Fernando Flores Olague. Historia de la Cuestión Agraria Mexicana, Estado de Querétaro, Vol II.  Juan Pablo Editor S.A. UAQ, México, 1989.
[13] Martha Otiliza Olvera Estrada. Op. Cit. Pp. 101 - 105
[14] José Antonio Cruz, Chichimecas, misioneros, soldados y terratenientes, AGN, 2003.
[15] Archivo Histórico Municipal de Colón. Sección Presidencia, década 1910 – 1920, caja 8.

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