lunes, 31 de enero de 2011

CANTARES Y POEMAS COLONENSES
A COLÓN


Marciano de León Granados, año de 1955.

A mi lindo rinconcito
Yo le canto esta canción
A Colón pueblo bendito
Que llevo en el corazón.

La tierra de los zarapes
Y de los huertos en flor
Y de las aguas termales
Es Colón verdad de honor

A Colón yo le canto si señor
Porque en este rinconcito yo nací
Rinconcito donde aguardo el amor
Un amor que yo quiero de verdad


Cuatro siglos son de historia
De leyenda y tradición
Nos dio su nombre de gloria
El intrépido Colón.

Nuestra virgen dolorosa
Nos remedia todo mal
Y es su imagen milagrosa
De hermosura sin igual.

A Colón yo le canto si señor
Porque en este rinconcito yo nací
Rinconcito donde aguardo el amor
Un amor que yo quiero de verdad.

El pinal del Zamorano
Se levanta con honor
Con dos torres coronado
Como gran emperador.

Es también Santa María
Rinconcito encantador
El que lo conoce un día
Lo recuerda con amor.

A Colón yo le canto si señor
Porque en este rinconcito yo nací
Rinconcito donde aguardo el amor
Un amor que yo quiero de verdad.

Ya dobles campanero
Del templo parroquial
Que tu toque lastimero
Hasta que hace suspirar
Es el doble un triste llanto
Que es lamentación
El repique es como un canto
que me alegra el corazón.

A Colón yo le canto si señor
Porque es este rinconcito yo nací
Rinconcito donde aguardo el amor
Un amor que yo quiero de verdad.
CORRIDO CRISTERO
DEL LEVANTAMINETO DE COLÓN


AUTORES: PORFIRIO CONTRERAS Y AMADO MIRANDA, VILLA DE COLÓN, QRO, 19 JULIO DE 1929


Voy a cantar un corrido
Si me prestan su atención,
Un día cuatro de febrero
Tomó las armas Colón.

En rancho Derramadero
Ahí se reunió la gente
La que había rebelado
En contra del presidente.

Madre mía de los Dolores,
Pedimos tu bendición,
Por que vamos a luchar
Por tu santa religión.

Llegaron los queretanos:
Los Loarca y los Granados,
También los Vargas y Vázquez
Ya todos muy bien armados.

Al llegar a la plazuela,
La plazuela de la unión,
A Castelan desarmamos
En medio de la reunión

Y nos marcaron el alto
Y nos gritaron ¿quien vive?
¡Vivan los libertadores
que el mal gobierno persigue!

Esteban moreno
José y refugio también,
En casa del presidente
Afortunados muy bien

El día 4 de febrero
De noviembre veintiocho,
Fue cuando David moreno
De los dedos quedo mocho.

Y para saltar Palacio
Se afortino nuestra gente,
En las bardas y portales
Y alrededor de la fuente.

Y empezaron los disparos
De máuseres y de treinta,
No sabía mi comandante
Que éramos más de noventa

Gritaba don Manuel Frías:
“Si ustedes se rinde, mi amigo,
No lo vamos a matar
Aunque sea nuestro enemigo”.

Grito Raimundo Dorado:
“Yo ya conozco a Norberto;
Por eso rindo mis armas,
Doy mi palabra que es cierto”.

El comandante, sus armas,
Al general le rindió
Y el pueblo, regocijado,
Las campanas repicaron.

Toditos se arrodillaron
Al pasar por el santuario,
Pidiendo la protección
De la Virgen de Soriano.

Y a la luz de la luna
Hasta el cantar de los gallos,
Recorrimos las haciendas
Sacando armas y caballos.

El güero, el alcalde,
Andaba lleno de orgullo:
Se paseaba por el pueblo,
Creía que todo era suyo.

Francisco y el comandante
Se pusieron en camino,
A darle parte al Estado
De lo que había sucedido.

El lunes llego el gobierno
Como a las 12 del día,
Saqueando la casa y tienda
De los hermanos García.

Señoras y señoritas,
Señores, tengan presente
Que un día 4 de febrero
Se armó mi pueblo valiente.
Las ex haciendas en el municipio de Colón

Dentro del territorio, que conforma el Municipio de Colón, se encuentran dieciséis ex haciendas: El Zamorano, La Salitrera, El Potrero, Viborillas, Galeras, El Blanco, La Esperanza, La Peñuela, San Vicente, San Ildefonso, Santa Rosa de Lima, San Martín, El Gallo, Ajuchitlán, El Rosario y Colón, así como dos molinos de trigo, uno en la cabecera municipal y otro cerca de El Saucillo. Solamente se conserva el casco de la hacienda en la mayoría de éstas; otras se encuentran en estado deplorable de conservación y así han resistido el paso de los siglos.

En el presente texto me referiré, en particular, a tres ex haciendas: Ajuchitlán y La Esperanza, en el municipio de Colón y la Ex hacienda de El Lobo, que actualmente pertenece al municipio de El Marqués, debido a que en el caso de la hacienda de El Lobo, la formación del actual territorio colonense se encuentra ligado al reparto de tierras de estas tres grandes haciendas, es decir, la mayoría de las comunidades de la parte alta y media de Colón se formaron a partir de actividades propias de dicha hacienda, como el cuidado del ganado, la actividad como medieros en las tierras de cultivo del valle de El Lobo y el cuidado del canal de más de 50 kilómetros que los abastecía de agua

La hacienda de Ajuchitlán, originalmente estaba dedicada a la explotación minera y posteriormente debido a la producción de trigo, llegó a ser reconocida a nivel nacional. Además abarcaba otras haciendas como El Rosario, El Gallo, Santa Rosa, San Martín, La Salitrera, El Potrero, Panales, Gudinos (las dos últimas pertenecen a Tolimán).
Y por último, la hacienda de Nuestra Señora de la Buena Esperanza (nombre original) por la importancia histórica que representa. Esta hacienda fue visitada en el año de 1803 por el barón Alejandro de Humboldt y en el año de 1808 Doña Josefa Vergara insigne benefactora, dictó ahí su testamento. La hacienda de Nuestra señora de la Buena Esperanza incluía las de El Blanco, La Peñuela, Galeras, Urecho, Viborillas y San Vicente, es decir un tercio del actual territorio municipal.

LA HACIENDA DE EL LOBO

Para referirme a esta hacienda hay que hablar de un personaje: Don Amado de la Mota, indio otomí de Tolimanejo (hoy Colón), comerciante de aguardiente que murió en Colón en el año de 1905. Don Amado fue amigo del general Tomás Mejía, con quien se dice que formó una sociedad de capitales y haciendas.

El matrimonio formado por don Amado de la Mota y doña Dominga Ugalde tuvo tres hijas: Hermelinda, María y Josefa. Don Amado tuvo además otro hijo, ilegítimo, llamado Juan de Dios de la Mota que murió en 1892 en Colón. Al fallecer don Amado en 1905, sus bienes fueron adjudicados de la siguiente manera: haciendas de El Lobo a doña Josefa de la Mota de Rosano; la de Alfafayuca a doña María de la Mota de Fernández de Jáuregui; la de El Zamorano y la de El Rodeo, a Hermelinda de la Mota de Nieto; la de Amazcala y su anexa Santa María Begoña, a doña Dominga Ugalde Vda. De la Mota y/o Hermelinda de la Mota de Nieto.

A don Amado se atribuyen muchas de las construcciones importantes de esta población, como la alberca de Agua Fría, las acequias o caños que conducían el agua hacia los huertos aledaños al río Colón y a la pila del jardín Principal . Además, fue benefactor de las festividades y celebraciones de la población. A principios del siglo XX, la familia Mota era dueña de sesenta casas. Entre ellas la Casa Mota ubicada en Francisco I. Madero No. 71 en la ciudad de Querétaro, y conocida en el siglo XIX, como Mesón de la Luz. Y la casona situada al lado norte de la Plaza de la Independencia (hoy Jardín Plaza Héroes de la Revolución) en donde actualmente se ubica la Presidencia Municipal, y donde se observan las letras A M labradas en los dinteles de los balcones del edificio y conocida también como Casa Mota.

El 16 de enero de 1860, José Luis Sánchez de Tagle y don Amado de la Mota celebran un contrato de arrendamiento, quedando, este último como dueño temporal de las fincas El Lobo y El Zamorano . El acuerdo establecía un pago de trece mil pesos anuales, que se modificó posteriormente y quedó un pago anual de siete mil pesos, por nueve años. Hacia el año de 1870, los Sánchez de Tagle seguían conservando sus propiedades, pero después de esta fecha, la familia Mota llegó a ser propietaria de las haciendas El Lobo, El Zamorano y El Salitre, apareciendo como su dueña en la Memoria Estadística de 1879. La familia Mota compró después, Amazcala, Alfafayuca y a finales del siglo XIX y principios del XX obtuvo Atongo y San Rafael, agregando después Chichimiquillas, San Juanico, Santa María del Retablo y Santa María Magdalena.

En las últimas décadas del siglo XIX, don Amado de la Mota, había distribuido las tierras en medierías, entre los habitantes de los poblados integrados a las haciendas. Algunos nombres de los poblados son explícitos en cuanto a las funciones que cumplían con la hacienda como Puerta de En Medio y Puerta del Mezote, que eran las puertas de los potreros o corrales que se encontraban entre los cerros, o el Puerto de Tepozán, que era un sitio de descanso, herraje y ordeña; o La Carbonera, zona de agostadero y lugar de reunión del carbón bajado del Pinal de Zamorano.

Los nombres de algunas estancias o poblados indicaban la abundancia de sus cultivos, animales u obras de infraestructura como: Los Trigos, Las Calabazas (hoy Ejido Patria) El Coyote, Tanquecitos, El Saucillo, El Puerto de San Antonio, La Pila y Presa de Rayas. Que además de trabajar en mediería las parcelas asignadas, se encargaban de vigilar el buen estado del canal, de cincuenta kilómetros, que provenía de los manantiales de El Fuenteño y Los Trigos, localizados en las faldas del Pinal del Carmen o del Cerro de El Zamorano. Otro caso es el de El Álamo, que originalmente se encontraba en el fondo de una cañada y que se formó con la cuadrilla encargada de cuidar el ganado caprino y lanar.

HACIENDA DE AJUCHITLÁN

En náhuatl es Xochitlán, posterior a la conquista al lugar se le llamó Juchitlán, y con el paso del tiempo se le antepuso la A, su significado es “lugar donde abundan las flores” o “campo de flores”.
La hacienda Ajuchitlán fue propiedad del capitán Pedro de Solchaga, casado con Jerónima de Arteaga . La propiedad estaba formada por otras haciendas como El Rosario, El Gallo, Santa Rosa, San Martín, Panales, Gudinos, Salitrera y El Potrero. Y otros pequeños ranchos como San Martín, Los Benitos, El Carrizal.
A mediados del siglo XIX fue propiedad de Pedro Echeverría que continúa con la explotación de las minas. Durante el siglo XIX, entran en pugna liberales y conservadores, abundan los asaltos y el bandidaje y como consecuencia hay baja producción en las minas. Ante tal situación, Pedro Echeverría vende la hacienda a Don Pedro Gorozpe, el cual deja la actividad minera para dedicarse a la agricultura y ganadería. Fue en esta época cuando se le antepuso la “A”, pues antes era Juchitlán. Don Pedro manda la construcción de varios pozos que eran utilizados para regar las tierras de cultivo, logrando que la hacienda prosperara y que fuera reconocida por su volumen de producción de trigo.

A la muerte de don Pedro Gorozpe, en el año 1918, se repartió de la manera siguiente: Ajuchitlán, Salitrera y El Potrero para su hija Luz; El Rosario para la señora Guadalupe, casada con el señor Luis de la Sota; la señora Dolores sólo heredó una pequeña fracción llamada El Tecolote, pues el señor Gorozpe nunca aceptó como yerno al señor Amado Guadarrama, pero su cuñada la señorita Luz le dio todo el poder sobre su herencia, es decir, Ajuchitlán y Salitrera. Don Pedro heredó El Potrero, El Gallo y Santa Rosa. San Martín y Gudinos fueron para don Ignacio.
El escudo era de esta forma:

Y se utilizaba para marcar los ganados bovino, equino y asnal.
El señor Guadarrama, al morir el señor Luis de la Sota Gorozpe, hijo del matrimonio del señor Luis de La Sota y la señora Guadalupe Gorozpe, queda como albacea de la hacienda de El Rosario (tanto Ajuchitlán y El Rosario ya eran pequeñas propiedades).
El señor Guadarrama vende al señor Juan de Alba, quien estuvo unos meses como dueño; después de algún arreglo entre el señor de Alba y el señor Guadarrama, pasa la propiedad a manos del señor coronel José García Valseca.

Don Arnulfo Cabrera Vásquez describe sus vivencias en esta hacienda:
Nací el 7 de diciembre de 1921. A la edad de cuatro años, el primero de mayo de 1926 llegué a la hacienda de Ajuchitlán, mi papá, don Arnulfo Cabrera Molina, recibe, en este año, la administración general de la hacienda con sus demás componentes como Salitrera y El Potrero; a la edad de 12 años regresé a vivir a Colón, estudié en la capital, años más tarde, en 1941, el señor Guadarrama le propuso a mi padre regresar a administrar la hacienda que en ese tiempo era una pequeña propiedad; para esas fechas yo tenía 20 años y poseía un camión de estacas, con el que fletaba lo que producía Ajuchitlán. En 1966, siendo Ajuchitlán propiedad de la Secretaria de Agricultura y Ganadería, regresé como encargado de la finca, ésta se componía de la construcción que el coronel José García Valseca había remodelado, aprovechando lo que eran las caballerizas, el árbol, que actualmente está en el jardín pertenecía a los corrales, donde está el comedor con cristal con vista a la huerta, el ante comedor y la cocina era una troje de dos naves y todo el lado norte donde se encuentran unas recamaritas, eran las caballerizas. Lo que en la actualidad son las recamaras principales, la componían la capilla, la sacristía y pequeñas bodegas. Donde está la puerta principal, que existen unos poyos, era todo techado y para la parte norte, la entrada a la capilla y en la parte sur había un campanario con tres campanas de regular tamaño, el piso es el mismo (nada más aquí, pues lo conocí desde mi niñez).

La reja que cubre la entrada la trajo el Coronel del D.F. pues la anterior, de la que guardo una fotografía del año 1931, era distinta. Ajuchitlán era una hacienda muy productiva, pues era autosuficiente en todo. Por ejemplo: el número de ganado era muy numeroso, tanto en equinos, bovinos, caprinos, ovinos y asnal. Los equinos, cada año, a principios de enero, los concentraban en grandes corrales que existían al oriente de la finca; con el objeto de marcar (o herrar) a las crías. A la demás caballada de un año y medio sólo se le cortaba el crin y parte de la cola, a esto le nombraban tarja; a los sementales sólo se les revisaba que no estuvieran enfermos o con alguna herida infectada por las peleas entre los mismos caballos. Todas estas faenas se desarrollaban durante dos semanas y para esto se invitaba a algunas personas de Colón que les gustaba lazar.

Esto, como otras actividades, era para todos como fiesta… herrar: era con un hierro al rojo vivo plantado en el animal. De la misma forma se hacía con los bovinos; un poco después de haber terminado con los equinos, los animales eran traídos en pequeños grupos por los vaqueros y el caporal. Los vaqueros eran personas muy de a caballo. El caporal era el jefe supremo, su nombre era don Tomás Ordaz, su segundo don Cresencio Flores; vaqueros; Los hijos de don Tomás: Manuel, Victoriano y Antonio, los hijos de don Chencho: José, Fidencio y Ricardo, Manuel Nieves y Narciso Hernández. Los caporales como los vaqueros, tenían asignados, por lo regular, tres caballos por persona, pues aunque se turnaban, trabajaban los trescientos sesenta y cinco días del año, de seis de la mañana a seis de la tarde.

Los miércoles de cada semana, a determinada hora, se escuchaba el tañir de una de las campanas (había en la hacienda un campanario de regular tamaño) para que acudieran los trabajadores a lo que se nombraba ración: recibían una cantidad de maíz y otra de frijol y si querían olotes para cocinar los podían llevar, éste era el trabajo de la esposa o de algún familiar del mediero, los que tenían aún algo de la cosecha no acudían, pues esto era como un préstamo que pagaban al levantar la cosecha.

Los primeros días de febrero, todos los medieros, acudían a recibir su yunta, además de bueyes o mulas, se les entregaba lo que le llamaban “apero”, que consistía en un yugo, un arado con reja, timón, barzón y dos coyundas; para las yuntas de mulas: un arado, dos collares y unas cadenas. Esto era un verdadero espectáculo, ver como cada mediero reconocía la yunta con la que había trabajado, cabe recalcar que desde ese momento el mediero era responsable de los animales… había unos como corrales donde tenían el rastrojo que sería el alimento para sus yuntas.

En las tardes, después de sus labores, hombres y mujeres (más mujeres) acarreaban el agua, era un ir y venir, un espectáculo maravilloso. Era también bonito ver los montones de maíz, los cuatro medieros, que eran vecinos en sus tierras, se juntaban para vigilar el fruto de su trabajo, para esos días ya habían entregado a la hacienda sus yuntas. Me gustaba ir a la partición, se recogían las mazorcas de mayor tamaño para llevar la contabilidad, la medida era un armazón de acero cubierto con piel de bovino. Cada vez que los que tenían a su cargo dicha medida, gritaban al vaciarla al piso ¡TORO! Y el que llevaba la contabilidad, respondía ¡MAZORCA! Lo que les correspondía a los medieros se lo llevaban en unos carros de mulas hasta sus casas.

Al último día que se hacían las reparticiones le nombraban combate, adornaban los carros y a esos medieros les tocaba la comodidad, mole, barbacoa y desde luego, sin faltar, el pulque. Los sábados, era el día en que se rayaba (por la tarde), en efectivo, a todos trabajadores. La hacienda siempre protegió a su gente para que no les faltara para comer y vestir. En Ajuchitlán, El Rosario y todas las demás, no había tienda de raya; pues desde principios del siglo veinte siempre fueron las tiendas de particulares, desde luego pagaban renta por el local donde tenían sus negocios, recuerdo a algunos dueños de los comercios, en la tienda anexa a la finca al señor J. Jesús Olvera, don Primitivo Obregón, don Francisco Cabrera, la señora Camila Briones, don Sixto Bermúdez, Tomás Cabrera, J. Jesús Galván. En la hacienda de El Rosario, a Agripina Montes y otros… como el español don Fidel Pérez.

HACIENDA DE LA ESPERANZA

Originalmente llamada hacienda de Nuestra Señora de la Buena Esperanza, en tiempos previos a la Independencia de México. La fecha de su fundación no está delimitada, debido a que los escritos y documentos legales que la confirman fueron destruidos en la época de la Revolución Mexicana.

Según la tradición oral, el origen de la comunidad de La Esperanza data desde tiempos anteriores a la Independencia de México; el asentamiento de un grupo de personas denominado “Cuadrilla de la Virgen de la Esperanza”, localizado en los alrededores de la mina “El Iris” al noreste de la actual comunidad, dio pauta para el inicio de la construcción de una casa hogar para gente de escasos recursos y menesterosos, que se realizó bajo la protección de la señora doña Josefa Vergara.
Esta hacienda fue visitada por el barón Alejandro de Humboldt el día 4 de agosto de 1803, según lo menciona en su Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España y al referirse a la importancia económica que para el desarrollo de estado representaba esta hacienda y a la elevada productividad de sus tierras dice lo siguiente: “La fecundidad del tlaolli, o maíz mexicano, es mayor de cuanto se puede imaginar en Europa. Favorecida la planta por la fuerza del calor y la mucha humedad, se levanta hasta dos o tres metros de altura. En los hermosos llanos que se extienden desde San Juan del Río hasta Querétaro, por ejemplo, en las tierras de la gran hacienda de la Esperanza, una fanega de maíz produce a veces ochocientas; algunas tierras fértiles dan unos años con otros tres a cuatrocientas. En las inmediaciones de Valladolid se reputa por mala una cosecha que no produce mas de 130 o 150 por uno. En los parajes en que el suelo es más estéril, todavía se cuentan sesenta u ochenta granos. En general se cree que el producto del maíz, en la región equinoccial del reino de Nueva España, se puede valuar en ciento cincuenta por uno”.

En el despacho de la hacienda de La Esperanza el 22 de diciembre de 1808 doña Josefa Vergara dictó su testamento al escribano público licenciado don Juan Fernando Domínguez. Doña Josefa había nacido en Querétaro el 7 de agosto de 1747, fue casada con don José Luis Frías y quedó viuda en 1798. Durante su matrimonio con don José Luis Frías, logró formar un capital considerable, mismo que al quedar viuda duplicó, llegando a superar el millón de pesos de aquel entonces. La hacienda de la Buena Esperanza incluía las haciendas de El Blanco, Galeras, La Caja (actualmente La Peñuela), Urecho, Viborillas, San Vicente y La Peñuela.

La Esperanza contaba con una capilla atendida por clérigos que venían desde Querétaro o Tolimán, escuela de primeras letras y vías de comunicación excelentes para la época, dado que siempre fue paso obligado y estación de refresco para los arrieros que comerciaban entre Querétaro y Tampico, a través de la Huasteca. Doña Josefa Vergara murió el 2 de julio de 1809, por su voluntad la hacienda y sus propiedades aledañas pasaron a servir para obras de beneficencia.

Durante la etapa de insurgencia la hacienda de La Esperanza fue administrada por el cabildo del H. Ayuntamiento de Querétaro. En esta época fue restaurado el casco de la hacienda, se rehabilitó la capilla y se hizo pública, se proveyó de maestros y maestras y se habilitaron salones para escuelas. En La Esperanza y El Blanco, los profesores recibían cuatro pesos de sueldo y una cuartilla de maíz, en comparación, el cajero de la hacienda ganaba 300 pesos. La escuela fue dotada adecuadamente con mobiliario, cartillas y catecismos que distribuyó el padre capellán obligando a los niños a que fueran a la escuela.

Dada la escasez de maíz en la alhóndiga de Querétaro durante la rebelión insurgente las cosechas de fríjol y maíz de La Esperanza así como el trigo se dedicaron íntegramente al mantenimiento de la ciudad. En 1814 se extendió en el país una epidemia de viruelas que provocó el fallecimiento de 137 personas en edad de laborar, con lo cual la hacienda prácticamente quedó sin población económicamente activa, esta cifra nos puede dar una idea del número de habitantes que poblaban la hacienda en esa época.

A fines del siglo XIX y principios del siglo XX las señoritas María y Ma. de Jesús del Llano compraron la hacienda. La actual iglesia, de corte esbelto y atractiva arquitectura, se construyó a expensas de dichas propietarias, bajo la dirección del ingeniero Lorenzo Corona, notable constructor y arquitecto queretano. La construcción se terminó el 16 de enero de 1907. Posteriormente la hacienda fue adquirida por el licenciado don Manuel Septién a cuyas expensas fue decorado dicho templo por el maestro Teodoro Sevilla quien concluyó la obra el 31 de enero de 1921.
En la tradición opalina de Querétaro, la hacienda de La Esperanza, también es importante protagonista de la cultura minera del estado porque en este lugar está la primera mina de ópalos denunciada en Querétaro en 1870.

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